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Las Siete Palabras - 6ta: "…TODO ESTÁ ACABADO…" (Jn. 19:30)

¡Triunfó Dios sobre las tinieblas del pecado! Jesús llevó a cabalidad su misión. La humanidad ya está salvada. Adán y Eva al desobedecer a Dios, ofendieron a un-Ser Infinito, Jesús y María al obedecer a Dios, repararon esta ofensa y mostraron cómo amar al Ser Infinito. Amamos así a nuestro Dios? Nos damos cuenta de que un acto de obediencia a su palabra puede contribuir a la salvación de muchas almas?



En la Vigilia Pascual cantemos el himno más hermoso compuesto por el vocabulario humano. En éste canto recopilamos la historia de nuestra redención. Que lindo sería si cada cristaino aprendiera de memoria este gran himno de alabanza y que lo llevara en su corazón en tiempos de prueba e incertidumbre.


He aquí breves partes breves de este hermoso canto de alabanza y oración que todos debemos memorizar:

Alégrense, por fin, los coros de los ángeles,

alégrense las jerarquías del cielo

y, por la victoria de rey tan poderoso,

que las trompetas anuncien la salvación.


Goce también la tierra, inundada de tanta claridad,

y que, radiante con el fulgor del rey eterno,

se sienta libre de la tiniebla que cubría el orbe entero....


Ésta es la noche en que,

rotas las cadenas de la muerte,

Cristo asciende victorioso del abismo.


¿De qué nos serviría haber nacido

si no hubiéramos sido rescatados?

¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros!

¡Qué incomparable ternura y caridad!

¡Para rescatar al esclavo entregaste al Hijo!


Necesario fue el pecado de Adán,

que ha sido borrado por la muerte de Cristo.

¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!


¡Qué noche tan dichosa!

Sólo ella conoció el momento

en que Cristo resucitó del abismo.


Ésta es la noche de la que estaba escrito:

"Será la noche clara como el día,

la noche iluminada por mi gozo".


Y así, esta noche santa ahuyenta los pecados,

lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos,

la alegría a los tristes, expulsa el odio,

trae la concordia, doblega a los poderosos.


Porque él ha pagado por nosotros

al eterno Padre la deuda de Adán,

y ha borrado con su Sangre inmaculada

la condena del antiguo pecado.


Porque éstas son las fiestas de Pascua,

en las que se inmola el verdadero Cordero,

cuya sangre consagra las puertas de los fieles.


Ésta es la noche en que sacaste de Egipto

a los israelitas, nuestros padres,

y los hiciste pasar a pie, sin mojarse, el Mar Rojo.


Ésta es la noche en que la columna de fuego

esclareció las tinieblas del pecado.


Ésta es la noche que a todos los que creen en Cristo,

por toda la tierra,

los arranca de los vicios del mundo

y de la oscuridad del pecado,

los restituye a la gracia y los agrega a los santos.


Ésta es la noche en que,

rotas las cadenas de la muerte,

Cristo asciende victorioso del abismo.


¿De qué nos serviría haber nacido

si no hubiéramos sido rescatados?

¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros!

¡Qué incomparable ternura y caridad!

¡Para rescatar al esclavo entregaste al Hijo!


Necesario fue el pecado de Adán,

que ha sido borrado por la muerte de Cristo.

¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!


¡Qué noche tan dichosa!

Sólo ella conoció el momento

en que Cristo resucitó del abismo.


Ésta es la noche de la que estaba escrito:

"Será la noche clara como el día,

la noche iluminada por mi gozo".


Y así, esta noche santa ahuyenta los pecados,

lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos,

la alegría a los tristes, expulsa el odio,

trae la concordia, doblega a los poderosos.


En esta noche de gracia, acepta, Padre santo,

el sacrificio vespertino de alabanza,

que la santa Iglesia te ofrece

en la solemne ofrenda de este cirio,

obra de las abejas.


Sabemos ya lo que anuncia esta columna de fuego,

que arde en llama viva para la gloria de Dios.

Y aunque distribuye su luz, no mengua al repartirla,

porque se alimenta de cera fundida

que elaboró la abeja fecunda

para hacer esta lámpara preciosa.


¡Qué noche tan dichosa,

en que se une el cielo con la tierra,

lo humano con lo divino!


Oración:


¡Dios mío! La obediencia a tus mandatos es dura para mi carne flaca. Ayúdame, a cumplirlos, pues a veces pienso que sí los cumplo, pero en realidad… ¿está todo acabado para mí? ¿Ya no tengo que seguir buscándote? Ya se terminó mi conversión? Padre celestial, hágase tú voluntad en el cielo como en la tierra…".



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