Las Siete Palabras 4ta: ¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado"? (Mt. 27:46)
Reflexión:
“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Estas palabras aterradoras ocurren en dos Evangelios – Mateo 27:46 y Marcos 15:34 – cuando Jesús está colgado en la cruz cerca de la muerte. Jesús gritó con voz fuerte, utilizando la poca respiración que necesitaba para expresar la terrible angustia que sentía.
Abandonado por casi todos los suyos, traicionado y renegado por los discípulos, rodeado por los que le insultan, Jesús está bajo el peso aplastante de una misión que debe pasar por la humillación y el aniquilamiento. Por esto grita al Padre y en su sufrimiento asume las palabras dolientes del Salmista.

Ahora, un hecho muy importante para recordar es que éstas palabras son las primeras palabras exactas del Salmo 22. Y eso es importante porque Jesús parece haber sabido que todo el salmo, de una forma u otra, se refería a él. Es el mismo Salmo que escuchamos en la liturgia de el pasado Domingo de Ramos:
Todos los que me ven, de mí se burlan;
me hacen gestos y dicen:
“Confiaba en el Señor, pues que él lo salve;
si de veras lo ama, que lo libre”.
Los malvados me cercan por doquiera
como rabiosos perros.
Mis manos y mis pies han taladrado
y se puedan contar todos mis huesos.
Reparten entre sí mis vestiduras
y se juegan mi túnica a los dados.
Señor, auxilio mío, ven y ayudarme,
no te quedes de mí tan alejado.
Contaré tu fama a mis hermanos,
en medio de la asamblea te alabaré.
Fieles del Señor, alábenlo;
glorificarlo, linaje de Jacob,
témelo, estirpe de Israel.
Se pasó "haciendo el bien" y sus seguidores lo abandonaron. Sintió en su propia carne el dolor de nuestros pecados, los tuyos y los míos, fue el precio por nuestra redención. Una honda alegría le llenaba al extender sus brazos en la cruz, para que supieran todos que así tendría siempre los brazos para los pecadores que se acercaran a él: abiertos (...). Lo que hasta ahora había sido un instrumento (muerte de cruz) infame y deshonroso, se convertiría en arbol de vida y escalera de gloria. En la Vigilia Pascual se nos recuerda cada año lo que Dios hace con nuestros pecados cuando con humildad nos acercamos a pedirle perdón en la Confesión.
El Diácono canta el Pregón Pascual: “¡Oh, feliz culpa, que nos mereció tal Redentor!”. Nos enseña la Liturgia una realidad: Dios vence a nuestros pecados.
Oración:
Oh, Palabra encarnada, entraste en el mundo sintiendo el dolor de la paja y el frío de la noche y del mundo, ahora te despides con un dolor mucho más angustiante. Aunque sentías el dolor de los clavos y de la flagelación, el dolor interior te hizo sufrir más. Ese dolor causado por mis pecados de soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, egoísmo y pereza. Señor, ayúdame a no seguir pecando. Verte sufrir debería causar un horror al pecado, dame la fortaleza para seguirte hasta la cruz y acompañarte en los momentos difíciles de mi vida, así buscaré la forma de no pecar más por amor que por temor.