La Aclamación del Santo: Una invitación a cantar con los Ángeles y Arcángeles
El Santo es un bello himno que forma parte de la alabanza y acción de gracias con que empieza la Plegaria eucarística en la celebración de la misa. Se encuentra situado justo a continuación del Diálogo introductorio al prefacio. Esta pieza sobrepasa a todas las demás del Ordinario en dignidad e importancia. Su texto bíblico hace que sea un himno particularmente sagrado y, junto con el salmo, que también es un texto bíblico, es el más antiguo de nuestros cantos de la Misa.
Esta hermosa aclamación – cantada por la asamblea - nos eleva y adentra en una esfera escatológica y cósmica cuando la liturgia nos invita a cantar “Y ahora con los ángeles y arcángeles cantamos sin cesar”. El texto esta tomado de Isaías 6,9.
Al entonar el Santo, explícitamente afirmamos cómo el cielo y la tierra se unen; la Iglesia peregrina, los fieles presentes, comparten el himno con los ángeles, los arcángeles y todos los santos, es decir, la Iglesia peregrina se une al himno incesante de la Iglesia del cielo: ¡la comunión de los santos! “Toda la asamblea se une a la alabanza incesante que la Iglesia celestial, los ángeles y todos los santos, cantan al Dios tres veces santo” (Catecismo 1352).[1]
El Santo se introduce en la Plegaria hacia el siglo IV y es un elemento común de la misma desde el siglo V. Este himno, de procedencia sinagogal, recoge con ligeras variantes el texto de Isaías 6,3: «Santo, Santo, Santo, Yahvé Sebaot, llena está la tierra de tu gloria.» y el Benedictus de Mateo 21,9: «Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en las alturas.».[2]
El texto del Santo no debe ser nunca remplazado, sustituido, ni alterado. Hay que cuidarse de no hacer introducciones largas e innecesarias. Suprimir el texto bíblico, reducirlo o sustituirlo por un canto cualquiera, aunque sea de alabanza, es de los abusos más grandes que podemos cometer en liturgia.
Es deber del sacerdote celebrante, diacono, asamblea celebrante y del coordinador/director de música que los textos litúrgicos no sean alterados o reducidos a la subjetividad y capricho del coro en nombre de una falsa “espiritualidad.” Por consiguiente, «El texto litúrgico ha de cantarse como está en los libros, sin alteraciones o posposiciones de palabras, sin repeticiones indebidas, sin separar sílabas, y siempre con tal claridad que puedan entenderlo los fieles».[3]
El “Sanctus/Benedictus” conforma lo que se llama el “Ordinario de la Misa” (las partes invariables que se cantan en la Misa), en contraposición a los cantos de ingreso, ofertorio y comunión, cuyas antífonas varían según las diferentes celebraciones del calendario litúrgico. Las partes del Ordinario de la Misa han sido cuidadosamente establecidas por la tradición de la Iglesia, y todos ellos tienen asiento en la Sagrada Escritura, es decir, en la misma Revelación.
El “Sanctus”, si bien no lo dice expresamente la OGMR, sin embargo, es parte integrante de la Plegaria Eucarística, que constituye la cumbre, el alma, el corazón de toda la celebración eucarística, y ésta no puede cambiarse bajo ningún concepto (Cf. RS, 51).[4]
Seamos todos arduos defensores y testigos de la Liturgia de la Iglesia. Ser músico, coordinador o director del canto de la asamblea es una gran responsabilidad que requiere dedicación y continua formación. Por medio de nuestro ministerio nos convertimos en “canales de gracia” cuando entonamos la oración cantada de la Iglesia cada Domingo. Por lo tanto, ánimo y recordemos siempre que los “fieles tienen el derecho de tener una música sacra adecuada e idónea.”
Por Angel Correa,
M.A. Dogmatic Theology
[1] Padre Javier Sánchez Martínez | infocatolica.com [2] musicaliturgia.wordpress.com 01-18-2014 [3] San Pío X, en el Motu Proprio Tra le sollecitudini (22/11/1903 [4] P. Jon M. de Arza, IVE
