3er Domingo de Cuaresma: “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te pide de beber (…)
En el tercer domingo de Cuaresma está la Samaritana: "como Israel en el Éxodo también nosotros recibimos en el bautismo el agua que salva. Jesús dice a la Samaritana que tiene un agua de vida, que apaga cualquier sed: un agua que es su mismo espíritu". (Juan 4)
Conocemos muy bien la historia. Cuenta el Evangelio de San Juan que Jesús partió de Judea a Galilea después de varios días bautizando seguidores junto a sus discípulos. Había dos rutas normales para llegar de Judea a Galilea. El camino mas corto pasaba por el pueblo de Samaria. Jesús no toma el camino mas corto, por ser el mas corto, sino por la oportunidad que éste camino le ofrece para predicar la buena nueva a los Samaritanos. Los judíos odiaban a los samaritanos por cosas que sucedieron con sus antepasados. Por otra parte, era muy mal visto entablar conversación en un lugar público.
Jesús – quien ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido – no pierde la oportunidad de ir al encuentro de esta mujer y comienza por pedirle un favor: “Dame de beber,” ¡Qué gran respeto tiene Dios por sus criaturas! Dios nunca demanda o obliga, sino que invita… nunca impone, sino que espera. Y es porque la paciencia de Dios es perfecta y no como la de los hombres.
La conversación de la mujer comienza con un encuentro casual y un dialogo que abre paso a que la gracia de Dios. Y es que Dios nunca deja indiferente a todo aquel que tiene un encuentro personal con él. Desde una preocupación y necesidad humana “Dame de beber…,” Dios abre paso a un dialogo sobre las cosas sobrenaturales. Así es Jesús. No siempre se presenta entre bombas y platillos, sino en las cosas ordinarias y sencilla de la vida. En este caso, en la simple conversación con una mujer.
Todos sabemos por experiencia que el agua es absolutamente necesaria para mantener la vida humana. Así también es la gracia de Dios para mantener la vida sobrenatural a la que hemos sido creados desde el principio en el jardín del Edén.
Los antepasados del pueblo judío andaban errantes con sus rebaños de una fuente a otra. Los más famosos (tal como Jacob) habían cavado pozos en torno a los cuales el desierto empezaba a vivir. Así somos los seres humanos: andamos siempre buscando por todas partes “algo” para calmar la sed, y están destinados a encontrar más que aguas dormidas o hacerse estanques agrietados.[1]
Andamos por la vida buscando reconocimiento – aun dentro de los ministerios que hacemos en la Iglesia - posición social, aceptación de los demás, celos e invidia por talentos que no poseemos. Algo que el apóstol San Pablo describe en la comunidad de Corintios.[2]
¡Y es que somos humanos! Es importante siempre mirarnos a nosotros mismo y reconocer nuestra naturaleza herida por el pecado. Y la necesidad de acudir frecuentemente al sacramento de la confesión para recuperar en nosotros el “Imago Dei,” y así renovar nuestras fuerzas por medio de la gracia santificante del sacramento de la reconciliación. El papa Francisco nos recuerda: “Dios nunca se cansa de perdonar. Nunca. “Y, padre, ¿cuál es el problema?” El problema es que nosotros nos cansamos, no queremos, nos cansamos de pedir perdón. (…)[3]
Santa Teresa de Jesús solía decir a sus novicias: "Procuremos siempre mirar las virtudes y cosas buenas que viéremos en los otros y tapar sus defectos con nuestros grandes pecados. Tener a todos por mejores que nosotros."[4] Que muchos tropiezos y conflictos evitaríamos - en nuestra comunidades cristianas y ministerios - si recordáramos frecuentemente estos sabios consejos.
Para resumir, recordemos que el agua que verdaderamente puede calmar nuestra sed de felicidad no viene del pozo como pensaba la mujer Samaritana sino de la gracia de Cristo, el “agua viva” que nos adentra a la vida eterna.
Les invito a tomar un tiempo para pedir a Dios que nos envíe los dones del Espíritu Santo: Sabiduría y entendimiento, para escuchar su voz y descubrir cada día su voluntad en mi vida. Que podamos renovar cada día la gracia recibida en el bautismo, de saber leer todo lo que nos sucede en clave de fe, y ver en las cosas materiales, hasta en el agua que ofrecemos a Jesús por medio de la oración, los signos del amor de Dios. Ver las cosas como Dios las ve.
Oremos,
Concédeme, Señor Dios mío, inteligencia que te conozca, diligencia que te busque, sabiduría que te encuentre, conducta que te agrade, perseverancia que te espere confiada y confianza de que un día al final te abrazaré.[5]

[1] Biblia Latinoamérica edición Pastoral [2] 1 COR 3,1-3 [3] Papa Francisco, Ángelus, 17-III-2013. [4] Santa Teresa de Ávila, Doctora de la Iglesia [5] Santo Tomas de Aquino: Oracion al Espíritu Santo